miércoles, 17 de diciembre de 2008

Suenan los tambores

Antes que nada, quiero desligarme de la responsabilidad de que este texto no se publique en su totalidad. Así me lo dio Facu. Así lo leimos todos.


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Suenan los tambores. Jamás me creí capaz de semejante represión. Juzgué sin pruebas que debía desenredarme el pelo.

En realidad para dormir por las noches me digo que fue por higiene, una batalla contra los parásitos. Sé, sin embargo, que fue un acto de envidia, escudado en los preceptos de una civilización que me ordena cortar de raíz. Una mañana los vi a todos juntos, abrazándose, casi como si fueran una sola entidad. Pensé que semejante unidad despreciaría mi individualidad, que atacaba mi estética, que escondía en su masa. Mi muerte. Tronaron en lo alto las cascadas de la guerra. Había que ver si mojándolos se desconcentraban, posiblemente ni sería necesario pasar a mayores. Empapados de raíz a punta demostraron que aquella unidad forjada con tanto esfuerzo en las cálidas noches, entre vapor de sudor y los quejidos de un ventilador, no cedería a una provocación cobarde. Entonces apelé a la individualidad, debía separarlos para disciplinarlos. El compañero no es confiable, aceite entre él y vos. El compañero es terrorista, aceite entre él y vos. El compañero nos va a hacer matar, aceite entre él y vos. El compañero te usa para salvarse, aceite entre él y vos. Pibe, tenés que entender, las cosas no son así, éste es un loco, aceite entre él y vos. No me creyeron. Ya lo sabía. Desde el principio sabía que nada de eso iba a resultar, pero tenían que pensar que me importaba que pudieran elegir la rendición, había que darles una segunda opción. Cuando todo estuviera perdido esto serviría para que se deslice la triste sumisión de la individualidad. Tuve que mandar a los soldados, nunca quise les dije a las madres de los muertos, la situación lo exigió le expliqué a la prensa. Pero lo cierto era que los cincuenta cabezones estuvieron todo el tiempo preparados, formados, cuadrados, con esa seca expresión militar en la cara, al alcance de mi mano. Los manuales aconsejaban empezar por las puntas, por aquellas regiones de la periferia de la organización que cederían más fácilmente permitiendo obtener información y lugar vital para desarticular todo el resto. Yo conocía desde el nacimiento al pueblo que me enfrentaba. Un pueblo de naturaleza tan ruluda se hacía invencible en las puntas, se tomaban por los brazos unos a otros hasta ser casi un nudo, una pared capilar invencible. Creí que lo mejor sería probar un ataque general hasta encontrar el eslabón débil. Demasiado temprano caí en la cuenta de aquella táctica estaba errada. Entonces recordé algunas batallas. Comencé los ataques por la zona derecha del frente. Cuando logré el primer avance el frente fue flanco y comenzó la carnicería. A veces ni eso. A veces cambiábamos de lado para atacar y de eso surgió la curiosa observación de que las derrotas en un flanco de los rebeldes repercutían en la unidad entera. Deduje que esto se debía a la aniquilación o disciplinación de cuadros importantes, de largos e intrincados factores de unión. Los muertos se acumulaban abrazados aún a los pies de los soldados. Cuando me di cuenta de que faltaban los dos primeros soldados, que yacían inertes en el suelo, era tarde o vencía o me humillaba. Y la batalla siguió cada vez más encarnizada, cada vez más sangrienta. Cada tanto repetía aquello de que tenés que darte cuenta el compañero nos está matando, aceite entre él y vos. Cada vez funcionaba mejor. Muchos prefirieron disciplinarse cuando vieron venir a los soldados con pies de muertos. Y en lo más violento de a batalla, cuando creía que mi ferocidad triunfaría, los soldados se sublevaron, se arrancaron de cuajo de mis órdenes. Se unieron al festejo de los vencidos que obtenían su victoria más importante. Si yo hubiera podido quizá hacía lo mismo. Ni siquiera pensé que podían ser rehenes en aquella jungla. Seguí con mis manos. En primer lugar retiré a los soldados y los descarté como muertos, aunque siguieran vivos andaría este mundo como muertos. Los separé a los que quedaban en

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